Escrito por:
David García Colín Carrillo
En 2003 científicos australianos de la Universidad de Nueva Inglaterra descubrieron en la Isla de Flores, Indonesia un esqueleto fósil de un pequeño homínido de apenas un metro de altura y una capacidad craneal similar a la de un chimpancé (380 cm cúbicos); en el mismo yacimiento –y otros que se han estudiado- se encontraron fogones y herramientas de piedra similares a las fabricadas por el Erectus, tecnología que se ha atribuido al “Hombre de flores”, “Homo floresiensis” o “Hobbit” como también se le conoce por su reducido tamaño.
Se trataba, al parecer, de una nueva especie de homínido, uno de los descubrimientos antropológicos más importante de todos los tiempos. El hallazgo fue aún más asombroso cuando la datación de los restos óseos dio fechas tan recientes como 9 mil a 13 mil años de antigüedad. “Es un bombazo! ¡Es increíble, fantástico, una maravilla!” exclamó el paleoantropólogo José María Bermúdez de Castro –codirector del proyecto Atapuerca- su reacción lo dice todo.

El descubrimiento – lacerado por agrias disputas sobre la custodia de los restos y acusaciones de robo- fue de tal magnitud que de inmediato se buscaron explicaciones alternativas: algunos –como Teuku Jakob- argumentaron que se trataba de un humano moderno con microcefalia o cretinismo por enfermedad de toroides, que la teoría del “enanismo isleño” –que se ha esgrimido para sostener la existencia de una nueva especie-violaba las leyes biológicas que aplicarían sobre la relación entre la disminución del tamaño corporal y el tamaño cerebral; no obstante –como desafiando las rígidas leyes de la bilogía o mejor dicho a los rígidos biólogos- se encontraron nueve individuos en total, lo que complica la teoría de una enfermedad genética. O había que desechar la realidad para quedarnos con la teoría o desechar algunos dogmas biológicos y aceptar la realidad.
Adicionalmente el estudio de los restos óseos parece confirmar que no se trata de humanos modernos: sin duda eran bípedos pero la muñeca es diferente y más parecida a la de un chimpancé, carecen de barbilla; la clavícula, escápula y el cráneo no parecen de un humano moderno. Los últimos estudios hechos en la Universidad de Stony Brook de Nueva York en 2013 arrojan las mismas conclusiones. Parece ser que el Hobbit como especie constituye una adaptación biológica a ambientes insulares que generan enanismo y gigantismo (una dialéctica asombrosa): los pequeños hobbit cohabitaban con Estegodontes enanos y lagartos enormes. Lo más probable es que el Erectus u otro homínido llegaran a la isla de Flores por accidente –montado en barcas de leños u otros desechos- y se adaptara, en un proceso conocido como “enanismo isleño”, convirtiéndose en una especie nueva; proceso accidental que ha sucedido cientos de veces en la historia de la biología.
Las evidencias circunstanciales sobre herramientas sofisticadas, dominio del fuego y caza cooperativa platean interesantes cuestionamientos sobre la reducida capacidad cerebral y la estructura primitiva de las muñecas del Hombre de Flores. O los antropólogos han asociado incorrectamente técnicas que no pertenecieron al Hobbit o se requiere replantear el tema desde otra perspectiva. Algunos científicos han señalado que la datación de algunas herramientas arroja que éstas no pudieron ser fabricadas por el hombre moderno porque éste aún no habitaba la isla. Si este es el caso quizá la respuesta al enigma esté en el hecho de que la complejidad del comportamiento humano no está directamente relacionada al tamaño absoluto del cerebro sino a su estructura cualitativa. Algunos estudios con moldes endocraneales (hechos por al antropólogo Dean Falk) han sugerido que las circunvoluciones de la corteza cerebral del Hobbit le permitían perfectamente fabricar y comportarse como las pruebas lo señalan. Si esta hipótesis resulta confirmada se daría otro golpe contundente a la teoría idealista que encuentra la esencia humana en el cerebro, error que hacía buscar a los antropólogos, ancestros con cuerpos primitivos y cerebros grandes (no olvidemos el fiasco del hombre de Piltdown).
Aún queda pendiente la cuestión de si la muñeca primitiva del Hobbit le permitía fabricar herramientas tan complejas, pero si los chimpancés fabrican herramientas, los Hobbits con cerebros más complejos podían hacerlas de piedra aunque sus muñecas no les facilitaran mucho la tarea. El marxismo señala que la esencia del ser humano está en la fabricación de herramientas, este proceso de creación y transformación de la naturaleza por el trabajo –que impulso la cerebración humana- bien pudo hacer lo propio con el pequeño cerebro del Hombre de Flores.
Si, como el sentido común y las pifias de la criptozoología nos enseñan, las leyendas sobre el Ebu gogo resultan falsas – aunque no perdemos la esperanza de poder reencontrar con vida a nuestro pariente vivo más cercano- por lo menos el pequeño “Hombre de Flores” nos ha sorprendido y ayudado a encontrar aquello que nos ha hecho humanos, que no es poca cosa: el trabajo social y cooperativo, no nuestros grandes cerebros.
Fecha:
21 de Enero de 2014